¿Mi fe es un don o una respuesta humana?

En este camino incipiente de fe, me peleo seguido con lo de creer. Y me digo que creer depende de mí, como si yo eligiera en qué creer y en qué no. Sinceramente, un tiempo largo de mi vida, estaba segura de que era así. Hasta que vino Dios a estar tan cerquita que ahora lo sé, lo sé a Él, tengo conocimiento verdadero de Él. No puedo hacer otra cosa porque de la manera que me abraza, es inequívoca.

La Fe como Gracia y Experiencia

Leía hoy sobre cómo surgió el Credo de los Apóstoles y el Credo Largo de Nicea-Constantinopla, y también leía en el Catecismo de la Iglesia el significado de creer como una respuesta total a Dios y un don que se recibe:

«Creo». Creer es decir «Amén» a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de Él, que es el Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad. La vida cristiana de cada día será también el «Amén» al «Creo» de la Profesión de fe de nuestro Bautismo:

«Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate en él: para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu fe» (San Agustín, Sermo 58, 11, 13: PL 38, 399).

Jesucristo mismo es el «Amén» (Ap 3, 14). Es el «Amén» definitivo del amor del Padre hacia nosotros; asume y completa nuestro «Amén» al Padre: «Todas las promesas hechas por Dios han tenido su «sí» en él; y por eso decimos por él «Amén» a la gloria de Dios» (2 Co 1, 20):

«Por Él, con Él y en Él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos.AMÉN»

Doxología después de la Plegaria Eucarística, Misal romano. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1064-1065

Entiendo, entonces, que ese «símbolo» al que se refiere San Agustín en esa cita no es un objeto físico como un crucifijo o una cruz. Si no que en el contexto de la Catequesis y la fe cristiana, el término «símbolo» se utiliza como sinónimo del Credo (la Profesión de fe, como el Credo de los Apóstoles o el de Nicea-Constantinopla). Y que San Agustín indica que el Credo debe servir como un «espejo» para la vida. Es decir, la lista de creencias (el Credo) debe reflejar y guiar nuestras acciones y nuestra vida diaria y cotidiana.

Sin embargo, aunque todo esto lo entiendo con la mente, en el corazón sigo peleando con lo mismo, porque entiendo que en creer se desliza algo de la posibilidad de que sea mi voluntad creer o no, y lo que a mí me pasa es algo que me supera, me excede, es a pesar de mí misma, muy cercano a la voluntad de Dios.

Me digo, después, que es más bien como una experiencia vivida y vívida de la presencia de Dios y su gracia y que trasciende mi propia voluntad. Y no hay un 50/50. Es 100% Dios que suscita y capacita y 100% yo que respondo y acojo. Creer deja de ser una lista de verdades abstractas para convertirse en un espejo donde miro y descubro, con asombro, que estoy siendo sostenida por un «Amén» que es Jesús y que es mucho más grande que mi propio «sí».

Así, no puedo hacer más que abrazar lo que acontece, esta experiencia indecible de ser amada por Dios.

Y agradecer:

Comprendo que mi fe no es solo mi respuesta, sino la respuesta de Dios en mí.